Mio Güelu
Mio Güelu tola vida foi a la gueta. Nun m’alcuerdo de nenguna seronda na que no hubiere castañes. Volvía siempres con un sacáu d’elles, esparcíales na mesa la cocina y con muncha paciencia diba separando les buenes de les que teníen mirucu (notábase porque teníen unos furaquinos como migayes), les que dibemos asar pela nueche y les que había que les pelar pa poneles dempués a secar.
Pasábase hores sentáu nun taurete mirando cada castaña con detenimientu, sin prises, ensin atender pal tiempu. Per unes hores, y coles gafes de ver de cerca (col vidriu gruesu y la montura de color marrón) y una gorra cola visera parriba (yera gris y azul y en lletres encarnáes ponía: “Caja de Ahorros de Asturias”), convertíase nun estratega militar, como Xulio César o Napoleón delante’l mapa Europa: movía tropes d’equí p’allá, facía montoncinos de castañes-soldáu y separaba families enteres ensin nenguna sombra de compasión (les castañes más pequeñes, nun sé por qué, siempres les ponía a parte, nel nordeste. Siempres nel nordeste la mesa)
Llueu, cuando’l repartu taba fechu, llavaba les manes nel grifu con minuciosidá. Siempres foi un home tranquilu, como un ríu cerca’l mar. Acuérdome de aquelles manes calloses, con un filu tierra en cada arruga, como si en vez de sucies tuvieren pintáes.
Toles nueches nes que Mio Güelu traía castañes yeren nueches especiales. Golía la casa d’una manera distinta: a calor, a fueu, a tierra moyada. Yera como si’l monte, l’agua y la viesca entraren na cocina. Yeren nueches felices, de rises y fartura.
A Mio Güelu conocilu yo cuando ya yera vieyu. Pero fízose más vieyu tovía, y tuvo angines de pechu a esgaya y fasta un infartu; y también-y salió artrosis nuna rodiel.la. Lo del corazón llevólo como pudo, con resignación. A vegaes dicía:
–Esto gárrame un día y adiós mui buenes.
Pero dicíalo sonriendo. Con esa sabiduría estraña de los vieyos.
Lo que de verdá-y esmolecía yera la rodiel.la. Tuvo que dexar de dir a la gueta. Mercaba dacuando castañes na plaza, pero taben llimpies de tierra, relucientes. A él prestaba-y separales, xugar na mesa y llimpiales él mismu. El casu ye que nun foi más a la gueta porque el médicu, la muyer y los fíos dixeran:
–Ye meyor que nun vayas.
Cuantayá que nun diba a velu. Fízome muncha ilusión topalu na terraza, cola gorra y les gafes de ver de cerca, separando castañes. Daba el sol y facía frío. Eren les últimes castañes del mes d’ochobre.
–¿Entós? –dixe-y.
–¿Entós qué?
–¿Fuisti a la gueta? ¿Y la rodiel.la?
–Va vagate si pensabes que nun diba dir más. La rodiel.la duelme como siempres. Pero hoi encontreme meyor y salí a por unes castañes.
Tuve ayudándolu un ratu a separales y llevé pa casa una buena bolsa d’elles. Yá les tengo preparáes pa meter nel fornu. A ver si, nesti rincón d’Uviéu, soi capaz de trayer a esta cocina un pocoñín del calor, del fueu, de la tierra moyada de aqueles nueches. A ver si, con un poco suerte, entren el monte, l’agua y la viesca.
Estes castañes van sabeme a gloria.
Mi Abuelo
Mi Abuelo toda la vida fue a por castañas. No recuerdo ningún otoño en el que no hubiera castañas. Volvía siempre con un montón de ellas, las esparcía en la mesa de la cocina y con mucha paciencia iba separando las buenas de las que tenía gusano (se notaba porque tenían unos agujeritos como migajas), las que íbamos a asar por la noche y las que había que pelar para ponerlas después a secar.
Se pasaba horas sentado en un taburete mirando cada castaña con detenimiento, sin prisas, sin atender al tiempo. Por unas horas, y con las gafas de ver de cerca (con el grueso vidrio y la montura de color marrón) y una gorra con la visera hacia arriba (era gris y azul y en letras rojas ponía: “Caja de Ahorros de Asturias”), se convertía en un estratega militar como Julio César o Napoleón ante el mapa de Europa: movía tropas de aquí para allá, hacía montoncitos de castañas-soldado y separaba familias enteras sin sombra de compasión (las castañas más pequeñas, no sñe por qué, siempre las ponía a parte, en el nordeste. Siempre en el nordeste de la mesa)
Luego, cuando el reparto quedaba hecho, se lavaba las manos en el grifo con minuciosidad. Siempre fue un hombre tranquilo, como un río cerca del mar. Me acuerdo de aquellas manos callosas, con un hilo de tierra en cada arruga, como si en vez de sucias estuvieran pintadas.
Todas las noches en las que Mi Abuelo traía castañas eran noches especiales. Olía la casa de una manera distinta: a calor, a fuego, a tierra mojada. Era como si el monte, el agua y el bosque entrasen en la cocina. Eran noches felices, de risas y hartura.
A Mi Abuelo lo conocí yo cuando ya era viejo. Pero se hizo más viejo todavía, y tuvo anginas de pecho a montones y hasta un infarto; y también le salió artrosis en una rodilla. Lo del corazón lo soportó como pudo, con resignación. A veces decía:
–Esto me agarra un día y adiós muy buenas.
Pero lo decía sonriendo. Con esa sabiduría extraña de los viejos.
Lo que de verdad les preocupaba era la rodilla. Tuvo que dejar de ir a por castañas. Compraba de vez en cuando castañas en el mercado, pero estaban limpias de tierra, relucientes. A él le gustaba separarlas, jugar en la mesa y limpiarlas el mismo. El caso es que no fue más a la gueta porque el médico, la mujer y los hijos dijeron:
–Es mejor que no vayas.
Hacía mucho que no iba a verlo. Me hizo mucha ilusión encontrarlo en la terraza, con la gorra y las gafas de ver de cerca, separando castañas. Hacía sol y estaba frío. Eran las últimas castañas del mes de octubre.
–¿Entonces? – le dije.
–¿Entonces qué?
–¿Fuiste a por castañas? ¿Y la rodilla?
–Estabas bueno si pensabas que no iba a ir más a por castañas. La rodilla me duele como siempre. Pero hoy me he encontrado mejor y he salido a por unas castañas.
Estuve ayudándole un rato a separarlas y me llevé a casa una buena bolsa. Ya les tengo preparadas para meter en el horno. A ver si, en este rincón de Oviedo, soy capaz de traer a esta cocina un poco del calor, del fuego, de la tierra mojada de aquellas noches. A ver si, con un poco de suerte, entra el monte, el agua y el bosque.
Estas castañas me van a saber a gloria.
Hola Pablo
Joe, hasta me he emocionado al leerlo. Aunque no de la misma manera, a mí también me recuerdan muchas cosas las castañas.
Felicidades, escribes muy bien.
Cova
¡Gracias, Cova!