Otra vez a meditar. Son las seis de la mañana. Silencio total. Estoy muy cómodo. Hoy no me duelen las rodillas, tampoco la espalda. Respiro bien.
Qué bien. Y qué silencio.
Es tan grande el silencio que si le presto mucha atención oigo un pitido leve y lejano, que en mi mente aparece como una línea infinita que se pierde en algún lugar.
Todo transcurre así durante un tiempo, no sé cuánto. Silencio, otra vez silencio, otra vez silencio, un picor sobre la ceja, pero por encima de todo silencio, un silencio negro y denso que crepita alrededor del cuerpo.
“¿Fede?”
Es una voz de mujer mayor, algo desconcertada. Unos segundos y de nuevo:
“¿Fede?”
No sé exactamente de dónde viene la voz. Pienso que del piso de abajo, aunque conozco a los vecinos y son jóvenes. La voz es de una persona mayor. Así que creo que viene del piso de arriba, pero no estoy seguro.
“Fede… Fede…”
No para de repetirlo. Mi curiosidad inicial da paso muy rápido al enfado. Mi mente se desboca poco a poco: “Bueno, vale ya, lo has repetido veinte veces ya. Fede no está, ¿no ves que no te oye? Cállate ya y vete a dormir de una vez.”
Con cada nuevo “Fede” que oigo me enfado más y deseo con mayor fuerza que la señora pare de llamar a su Fede. Soy un gruñón. Tengo muy mal genio.
Sigo así durante varios minutos. Lo único que quiero es que deje de llamar al puto Fede, me está desconcentrando, el silencio de antes era la hostia y me lo está jodiendo todo la señora y Fede y la madre que los parió.
Hace nada estaba nadando en paz y amor y ahora estoy más cabreado que una mona.
“Fede…”
Y entonces me doy cuenta.
“Fede… ¿Fede?”
Hay una señora que se ha despertado en mitad de la noche. Está sola y llama a Fede. Y Fede no contesta. Y solo puede seguir llamándolo, una y otra vez. La voz suena desorientada, perdida, me imagino a esa señora andando a tientas en la oscuridad. Siento un poco de angustia por ella. Tal vez Fede está muerto, o Fede se ha ido hace muchos años y hace mucho tiempo que no se ven. Lo que sea, pero esta señora necesita a Fede.
Ahora la voz suena más lejana, como si ella estuviera ya en otra habitación.
“Fede…”
El enfado da paso entonces a un sentimiento más indefinido, un poco de vergüenza tal vez, ¿es compasión? No lo sé.
Ha vuelto el silencio. Ese mismo silencio negro que cubre el cuerpo como la gruesa piel de un animal enorme. Me duele el cuello y tengo los músculos de la cara contraídos. Los relajo y casi sin quererlo siento cómo se forma una medio sonrisa en la boca. Ojalá la señora haya encontrado a Fede. Ojalá que él solo se hubiera desvelado como ella, que estuviera leyendo en el salón, que fuese un poco duro de oído y por eso ella tuvo que llamarlo tantas veces.
Suena la alarma, empieza el día.
Ostras como mola,
En mi lado de la casa solo hay una señora que tose como si hubiera trabajado en el ferrocarril toda su vida.
Jajaja, es que trabajar en el ferrocarril toda la vida es muy duro.
Compasión: del vocablo griego συμπάθεια (sympathia), palabra compuesta de συν πάσχω + = συμπάσχω, literalmente «sufrir juntos»… según dice Wikipedia. Gracias, Pablo. Ojalá, Pablo.
Nunca más volví a oírlo, así que, sí, ojalá…