En el año 2005, David Foster Wallace (21 de febrero de 1962 – 12 de septiembre de 2008) pronunció el discurso de Graduación del Kenyon College (en Ohio, Estados Unidos), entre otras muchas perlas de sabiduría y profundidad intelectual, Foster Wallace habla sobre aquello que adoramos, cómo lo hacemos y qué libertad conseguimos con ello.
No sé de quién es la traducción, en todo caso gracias por el trabajo:
Porque aquí hay otro asunto más que es extraño pero cierto: en las trincheras del día a día de la vida adulta, en realidad no hay posibilidad de ateísmo. No hay nada que no implique adoración. Todo el mundo adora. La única elección que hacemos es qué adorar. Y la razón irresistible por la que quizá elegimos alguna clase de dios o cosa de tipo espiritual que adorar —sea Jesucristo o Alá, sea Yavé o la Diosa Madre Wiccan, o las Cuatro Nobles Verdades, o algún conjunto inviolable de principios éticos— es que casi cualquier otra cosa que adores te comerá vivo. Si adoráis el dinero y las cosas materiales, si para vosotros están donde sentís el significado real de la vida, entonces nunca tendréis bastante, nunca sentiréis que tenéis bastante. Esa es la verdad. Adorad vuestro cuerpo y vuestra belleza y vuestro atractivo sexual y siempre os sentiréis feos. Y cuando el tiempo y la edad comiencen a mostrarse, moriréis un millón de muertes antes de que finalmente la sintáis. A un nivel básico, todos sabemos ya estas cosas. Están codificadas en mitos, proverbios, tópicos, epigramas y parábolas; el esqueleto de toda gran historia. El truco está en mantener la verdad al frente de nuestra consciencia todos los días.
Adorad el poder y terminaréis sintiéndoos débiles y temerosos, y necesitaréis incluso más poder sobre los demás para libraros de vuestro propio miedo. Adorad vuestra inteligencia, adorad ser vistos como gente inteligente, y terminaréis sintiéndoos estúpidos, fraudes, siempre a punto de ser descubiertos. Pero lo insidioso de estas clases de adoración no es que sean perversas o pecaminosas, es que son inconscientes. Son configuraciones por defecto.
Son la clase de adoración en la que te deslizas gradualmente, día tras día, siendo cada vez más y más selectivo respecto de lo que ves y cómo lo valoras sin nunca ser totalmente consciente de que eso es lo que estás haciendo.
Y el así llamado mundo real no os disuadirá de funcionar con vuestra configuración por defecto, porque mundo real de los hombres y el dinero y el poder canturrea alegremente en una piscina de miedo e ira y frustración y anhelo y adoración de sí mismo. Nuestra propia cultura actual ha aprovechado estas fuerzas de tal modo que han producido riqueza y comodidad y libertad personal extraordinarias. La libertad de ser señores absolutos de nuestros pequeños reinos del tamaño de un cráneo, únicos en el centro de toda la creación. Este tipo de libertad tiene mucho a su favor. Pero naturalmente hay muchos tipos de libertad, y sobre el tipo más valioso no oiréis hablar mucho en el gran mundo exterior del querer y conseguir y [ininteligible, suena como “demostrar”]. El tipo realmente importante de libertad implica atención y consciencia y disciplina, y ser capaz de preocuparse verdaderamente por otras personas y sacrificarse por ellas una y otra vez en una miríada de maneras pequeñas y nada atractivas todos los días.
Esa es la libertad real. Eso es tener una educación, y haber entendido cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, la configuración inicial, las ratas a la carrera, la corrosiva sensación constante de haber tenido, y perdido, alguna cosa infinita.
“En las trincheras del día a día de la vida adulta, en realidad no hay posibilidad de ateísmo. No hay nada que no implique adoración. Todo el mundo adora. La única elección que hacemos es qué adorar.” Estas frases vuelven a mí, ateo confeso, una y otra vez.
No tenemos opción, somos un animal que cree. Ya sea en un dios, en el dinero, el poder, el arte, la ciencia, el progreso, un determinado código ético…
Y elegir cuidadosamente en qué creemos puede ser un tipo de libertad.
¿Qué habría elegido él adorar, en qué creía?
La lectura del discurso completo de Foster Wallace, titulado Esto es agua, es un regalo que no os podéis negar.
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