Hoy no escribo yo. Le cedo la palabra a Victoria Pérez, que nos contará por qué se hizo minimalista:
Corría el año 2005 más o menos, cuando me sentí minimalista por primera vez. Es difícil decirte cuándo exactamente empezó a molestarme el abarrotamiento, pero sí recuerdo el punto de ruptura a partir del cual depuré mi entorno. A los 13 años, mi cama se rompió. Yo no había quitado casi nada de mi etapa infantil porque me daba pena tirarlo. Así que aproveché ese punto para quitar todo lo que pude, agarrándome mentalmente a la idea de que necesitaba más espacio. Tenía sentido porque los muebles eran más pequeños, tenían que serlo porque yo era más mayor y la habitación ya se quedaba demasiado pequeña.
Mis padres tenían y aún tienen una finca muy grande en la que llevan toda la vida. Les sobran cuartos así que podría haberme cambiado de habitación. Supongo entonces que ya desde esa edad sabía que quería menos cosas y no más espacio.
A mi madre le encantan las figuritas varias, la artesanía en particular, la ropa a raudales y las colonias. A mi padre le chiflan las herramientas, el bricolaje en general y el material deportivo hasta de deportes que no practica.
Entre los dos, han logrado que rebose cada gaveta de la casa. Hay objetos incluso en los jardines y huertos. Cosas típicas como rastrillos, nada raro. Lo que, a lo mejor, puedes encontrar cinco a medida que avanzas y como ellos son sólo dos, no resulta posible usar los cinco. Concretando, en total son más de 3 mil metros de propiedad, rondando los mil construidos y lo restante consistente en tierras alrededor. Te aseguro llegué a ver pesetas o tickets de compra de los años ochenta mientras limpiaba más de una vez, y si me esfuerzo estas navidades (porque regreso a casa por navidad como el almendro), seguro que aún, años después, encuentro alguna cosa de antes de la era de Internet, en alguno de esos estantes que no se abren desde hace décadas.
Entre otras habitaciones, hay un desván. Le decíamos depósito porque era tan grande que superaba las proporciones de un desván. El primer sitio al que fueron a parar todas mis cosas, fue ahí. Soy consciente de que eso no es tirar, pero mientras estaba enterrado en esa última habitación de la casa, pesaba menos que a la vista
Es diferente la pena que siente un adulto de la que siente un “niño” o más bien adolescente, cuando debe de deshacerse de algo, el apego es mayor. A las personas maduras y pensantes, nos da cierta culpabilidad tirar, cierto. A veces es por lo que nos costó y otras simplemente, imaginamos una utilidad futura que no podremos satisfacer con su consiguiente venidero gasto. Yo sentía pena real, me imaginaba que nunca iba a volver a ver a “x” peluche y todos los momentos que habíamos pasado juntos y me sentía traicionándolo, como si no fuera un juguete sino un compañero de verdad. Entonces, el desván fue buen entrenamiento hasta que creí. Parece que no pero cuando has pasado un año por poner un tiempo sin ver algo que creías necesitar, la siguiente vez que te toca decidir qué hacer con él, es más fácil convencer a tu cabeza de que lo deje marchar. Funciona.
Tiré todo lo mío o lo doné cuando me independicé por primera vez. No era justo dejar todo abarrotado en casa de mis padres y llevar sólo lo que me convenía, así que, exceptuando el cuarto que aún tengo para volver en fechas especiales, mes deshice o me llevé, todo lo demás. Fue a los 19 creo recordar.
La psicología inversa funciona
Mi piso es normal y corriente, grande para una persona, pero el típico piso de urbe. Funcional. Para mí es suficiente, pero mi madre lo haría rebosar en dos semanas si la dejara. Aún me trae trastos de cuando en cuando, por ejemplo, por mi cumpleaños me regaló entre otras cosas una pesa de cocina y aún estoy decidiendo qué hacer con ella. Por suerte, ya sea por el entrenamiento infantil o por costumbre, ya no desarrollo apego a las cosas. Veo fácilmente que son un arrastre y mi único problema consiste en encontrar para dónde sacarlas. Lo cual no es un problema tan simple como parece si recibes muchos regalos.
Con esto quiero ilustrar, que nadie de mi entorno entiende el minimalismo y es una lucha social constante. En general, todo el mundo opina que tengo poca ropa, pocos adornos e incluso que en mi persona, faltan accesorios. A mi madre el aspecto minimalista le parece paupérrimo. La simplicidad le suscita lo opuesto a hogareño y me lo hace ver, os lo juro, con todas sus fuerzas. Igual parece que es sólo porque ya es “mayor” y es cierto que cuando se pasa una edad es más difícil, generalizando, que te entren ideas nuevas. Pero sinceramente no puedo apelar a eso, pues mi sobrina acaba de cumplir los 18 y opina prácticamente lo mismo.
A grandes rasgos, mi familia me inculcó el minimalismo, aunque lo odien. Predicaron con un ejemplo que yo aprendí a mi manera, como si me estuvieran dando psicología inversa. Imaginad una casa tan grande sólo para dos, que además, trabajan. Os aseguro que el tiempo libre nunca llega. Todos los días hay un cuarto grande que limpiar o una bombilla que cambiar, planta que trasplantar… cuando parece que has terminado, el punto número uno vuelve a estar sucio otra vez y así se te pasa la vida.
Observé por años la ausencia de vacaciones, la serie en cadena de ocupaciones que nunca tenían fin, caer rendido a la noche del cansancio y mañana vuelta a empezar. Así fue como decidí que no quería eso para mí.
Ser minimalista es una decisión personal
Personalmente, yo no trato de venderle el minimalismo a nadie. Quizás por haberse desarrollado sólo y tan pronto, lo entiendo como una forma de personalidad. Yo era minimalista antes de conocer el término, pero asumo que igual que todo el mundo tienen personalidades distintas, también tendrán sus propias prioridades sobre el espacio y las pertenencias.
A mi modo de ver, como el minimalismo es una herramienta, cada uno lo usa por y para lo que quiere. Existen algunos que valoran mucho su movilidad geográfica, por ejemplo, los nómadas digitales son de este palo y acogen el minimalismo como una herramienta para lograr esa forma de vida que es la que los hace felices. Otros, lo ven como un sistema de ahorro económico o de optimización de los recursos, más calidad antes que más cantidad. Otros, si bien no han ahondado en las sutilezas del minimalismo, empiezan a sentir que las líneas rectas, la ausencia de lo innecesario y el espacio vacío son cómodos a la par que la estética les parece elegante. Aún no se han preguntado qué necesitan y qué no, e igual tienen muchas cosas que les sobran, pero se delatan unos principios de simplificar y notan la diferencia.
De los que no son minimalistas en lo absoluto, he observado que entienden las cosas como objetos de seguridad, eso les pasa a mis padres. La verdad en vistas al término obsolescencia del inmovilizado material y el apalancamiento operativo, no todos los objetos pueden entenderse como patrimonio y la mayor parte de esa sensación me parece errada, pero nunca he tratado de convencerles. Las personas se sienten más seguras a más cosas tengan, social y económicamente hablando y yo como mínimo digamos que lo respeto.
Como este post va de contar mi experiencia, lo que a mí me da el minimalismo, es tiempo. Dicen que soy productivo-adicta, porque hago muchas cosas a la vez. Si puedo permitirme hacer muchas cosas a la vez, es porque valoro mucho mi tiempo y si hay una obsesión que me merece mantener toda la vida, es la de aprovecharlo.
El tiempo es lo único que no puedes producir, comprar ni recuperar. Cuando alguien te dedica su tiempo, te está dando lo único que no recuperará jamás. Y bueno, cada vez que debo decidir en qué dejarlo, pienso en si esa cosa lo vale. Siento un gran estrés cuando no tengo tiempo, por lo contrario, no encuentro una gran felicidad en una cosa nueva, aún si la quería. Para mi es importante, poder sentarme por la tarde a ver una maratón de series en buena compañía en el salón y no mover palo el domingo. Podría simplemente dejarlo sucio dirás, pero no soy así, si me queda algo por hacer, ni siquiera duermo bien.
Mi personalidad es de una forma, por supuesto cuestionable, pero en la que el minimalismo encaja como una pieza de precisión. Esto no quiere decir que funcione para todo el mundo, así que jamás he intentado convencer a nadie de que se una al gremio.
Pero bueno, si ya estás en él, o pensabas unirte de todas formas, aprovechemos a hacer amigos, encantada ¡Oh, espera! Pensándolo, ni siquiera me he presentado, solucionémoslo:
Me llaman Kate. Dicen que soy productivo-adicta y que me va el minimalismo. Hago un doble grado de empresariales mientras escribo en la red desde el 2012. Últimamente escribo un blog y autopublico libros. Encantada.
Gracias a Pablo por dejarme escribir y a vosotros por leerme ¡Hasta la próxima! 🙂
Interesante, todas las circunstancias q vivimos nos llevan a lo q somos en el presente. En mi caso en particular durante mi niñez y juventud mi familia tenía una situación económica holgada, por lo q tenía cosas de sobra, aunque la casa familiar era un total desorden y a decir verdad faltaba limpieza, algo q siempre me avergonzaba. Al paso del tiempo, no pude sostener yo misma el nivel de vida q me dieron mis padres, ganaba poco y me veía muy limitada siempre, nacio mi hijo y la situación continuaba, aunque ya tenia mi espacio aparte, más ordenado y limpio y conservaba algunas cosas de buena calidad, q consideraba me hacian feliz figuras, muebles, ropa, pero siempre limitadisima de dinero, no tenia para gastar ni unos pocos pesos, pero me acostumbre a vivir así. Posteriomente, tras una tremenda lucha por tres años contra el cáncer, mi hijo falleció a los siete años de edad, a lo cuál prometí sobreponerme y sacar fuerzas para q eso no me matara a mi tambien. Al paso del tiempo, me dije a mi misma, q si podia vivir sin mi hijo podría vivir sin cualquier cosa q no fuera aire y alimento, por lo q saque todo los recuerdos y todas las cosas innecesarias de mi vida, empece a vivir y a vestir de manera más sencilla, a comer más sencillo y saludable, a buscar felicidad en lo q no se puede comprar, en fin a desechar todo lo superfluo de mi vida, y aún ahora q mis ingresos ya mejoraron, me niego a dejar de vivir de manera sencilla y simple, pues esto ha traido a mi vida paz y tranquilidad y equilibrio mental.
Hola Marimar, gracias por los comentarios, que al final son lo que más enriquecen este lugar, y por contarnos tu historia.
Saludos