El camino empieza aquí. Voy a dar pequeños pasos, sin prisa, pero con constancia. Este blog pretende ser un lugar en el que pensar sobre minimalismo y, por tanto, será también un registro de mi evolución a través de esta filosofía de vida.
Ángel Zapata, una de las personas que me enseñó a escribir, dice que las fuentes de inspiración de un escritor deben ser transparentes. Mi abuela decía que de bien nacidos es ser agradecidos. Pues bien, llegué al minimalismo buscando en Google consejos para ahorrar. Acabé leyendo en Becoming Minimalist cómo simplificar tu vida teniendo menos cosas, gastando menos y preocupándote por aspectos más importantes del día a día. De ahí salté a Zen Habits, de Leo Babauta, que aporta una visión más centrada en el mindfulness; después llegaron The Minimalists y Exile Lifestyle. Tras leerlos durante un tiempo, yo también decidí abrir un blog para escribir sobre minimalismo.
De modo que aquí estoy. Y lo primero que me gustaría contar es algo que me sucedió en Cuba.
Hace poco más de un año, viajábamos en coche por los alrededores de La Habana, tratando de encontrar, sin éxito, la salida de la autopista que nos llevara hasta Trinidad, en el sur de la isla. En uno de los muchos cruces, nos saltamos un ceda el paso y, como de la nada, un enorme y destartalado camión, llegando desde la izquierda, se estampó contra la parte delantera de nuestro coche. Durante unos segundos, sucede eso que tantas veces se ha descrito, se detiene el tiempo o, como me gusta decir a mí, el presente se ensancha, se hace más perceptible y sentimos el movimiento del coche hacia la derecha, nuestros cuerpos llevados por el impacto. Hasta que todo, lentamente, se detiene. Comprobamos asombrados que estamos sanos y salvos, y tras unos segundos más salimos del coche. Muchas personas hacen corro a nuestro alrededor. Nos preguntan, nos ofrecen agua turbia, el conductor del camión exclama cosas que no recuerdo, preocupado solo por nosotros.
Entonces siento que, por primera vez en mucho tiempo, estoy tranquilo, casi en paz. Miro hacia arriba y veo el cielo azul de La Habana, los cables de la electricidad, el cruce donde nos hemos estrellado, la pintura descascarillada de las paredes. Sé que estamos bien, que lo único que hay que hacer es tranquilizar a todos, llamar a la policía, seguir adelante porque no ha sucedido nada. Después de mucho tiempo, no tengo miedo.
Ahora, que ya han pasado muchos meses desde entonces, pienso que en aquel momento sentí por primera vez lo que era vivir sólo en el presente, sin el pasado ni el futuro acosándome.
Duró muy poco.
Al día siguiente ya volví a tener los miedos usuales, los que te acompañan diariamente como viejos compañeros. A veces intento recuperar ese momento en La Habana, cuando miro al cielo y el azul es tan ancho sobre mis hombros, y la luz me ciega y el calor impregna todos los cuerpos en torno al bullicio de la gente y al coche abollado.
No hace falta estrellar un coche para darse cuenta del miedo, de cómo nos atenaza. Podemos ser conscientes de su presencia diaria, convivir con él, soportarlo en lugar de esconderlo.
Conocerlo bien.